Fascinada tanto como aterrorizada, una mujer se refugia en la intimidad de su habitación para leer a escondidas el "Discurso contra Dios" del marqués de Sade, que ha sustraído de la biblioteca de su marido. Las primeras líneas que lee le hacen tomar conciencia del aspecto increíblemente sulfuroso y anticlerical de este libro, porque en el siglo XVIII la negativa de Dios sólo puede ser brutal y protestante, un lenguaje sin límites destinado a romper todas las prisiones de los hombres.